Escrito por Vanessa, la que con frecuencia nombro en mi blog, y que es la que sostiene mi mano, a pesar de todo... y a la que por supuesto quiero mucho...
Eso lo dijo alguien pero con su perro. Yo, como no tengo uno porque en soledad ni un perro puede tenerse, entonces prefiero a mi gato.
Eso lo dijo alguien pero con su perro. Yo, como no tengo uno porque en soledad ni un perro puede tenerse, entonces prefiero a mi gato.
Tango, mi gato, siempre está ahí, rodea la casa con intenciones de amor que nunca pide…va, viene, pocas veces dice algo o se queja del exceso de abandono o afecto que según mi día le doy.
Nunca llama pero siempre al abrir la puerta me espera y con ojos de ternura es quien en silencio recibe el peso de mi día de trabajo, de mis peleas, de esas inexplicables angustias…
Tango sólo me conoce a mí y sabe cuando quiero espacio, pero, para acompañarme, ronronea cuando estoy triste… en la medida exacta.
No sé si en silencio guarde rencor por mi lejanía y si a veces quisiera irse con otra…pero he sentido que odia salir de la casa por temor a perderse y tal vez porque me perdona.
Él no juzga, no espera, no critica porque cuando estoy en mi cuarto y él en la cocina, con la sola certeza de la presencia física y la compañía, reconocemos que nuestros días son mejores con ese calorcito cuando se acuesta en mi abdomen y con su caja de arena limpia.
Prefiero a mi gato que no miente, no traiciona… porque sus juegos no son con los hilos de mi amor ni con la suavidad de mi corazón…
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